José Manuel Vilabella Guardiola
Del libro “DELIRIOS GASTRONÓMICOS editado por Alianza Editorial
A finales del siglo pasado había en Oviedo varios establecimientos que trabajaban el negocio de la sidra en la modalidad de «a perrona la meada», o sea, a diez céntimos la micción. Los parroquianos entraban en un recinto que no tenía servicio y podían beber tanta sidra como quisieran hasta que, irremediablemente, tenían que salir con urgencia para hacer aguas menores y cuando, desahogados, volvían a entrar tenían que pasar otra vez por taquilla. Eran sitios muy divertidos y populares, excepto para los prostáticos de cierta edad, que decían que no había derecho y que así cualquiera.
La sidra es bebida que propicia la relación social y en las sidrerías se ha desarrollado la democracia asturiana, y el autóctono ha modelado su forma de ser y su singular liberalismo. Uno aquí se hace, después de cuatro décadas de residencia, perito en sidras e ingeniero en astures y cuando la gente le pide que asesore, el gastrónomo lo hace, como todos los entendidos, de forma clara, transparente y eficaz.
-¿Qué le parece esta sidra, señor Vilabella?
El autor prueba, chasquea la lengua, realiza el control del retrogusto, olisquea, sonríe con suficiencia y dictamina con misericordia: No está mal, paga el vasu, tien color y espalma bien.
Y si el interlocutor no se queda satisfecho, por el mismo precio matiza y aclara el concepto y pronuncia la frase definitiva, el máximo elogio que recoge el vocabulario del bebedor de sidra, lo que dicen los entendidos cuando, después de deambular por chigres ylagares buscando el palo, encuentran, al fin, el producto deseado:
-¡La madre que la parió... qué sidra!
(Foto A. Alvarez)
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