viernes, 22 de junio de 2012

El agua de Borines

viernes, 22 de junio de 2012
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  José Manuel Vilabella  

Soy un reconocido bebedor de agua. No digo que soy el campeón de Asturias, porque mentiría como un canalla, pero sí les aseguro a ustedes que trasiego cada día dos litros justos, ni una gota más ni una menos.

 
 
   Ilustración: Daniel Castaño


En esto del agua los médicos son muy suyos y bastante radicales y cuando los enfermos crónicos les visitamos en su hábitat siempre nos dicen lo mismo: «Come la mitad, anda el doble y bébete dos litros de agua al día». Más allá de dos litros los riñones protestan y si ingieres menos cantidad, y eres un anciano comatoso, pueden ocurrirte horribles desgracias personales.

El agua que yo bebo es del grifo o de Borines. Una es agua con cloro, agua sanísima, y la otra es agua con agujeritos. La primera la consumo en mi casa y la de Borines siempre que la veo en la carta del restaurante. El gastrólogo, que nació en plena guerra civil, estuvo con su mamá en la cola del aceite y es hijo de la escasez, del pan negro y también del pollo lujoso, el de corral, y del sifón.

El pan blanco apareció en España allá por los principios de los cincuenta y el sifón siempre estuvo ahí, con las cosas que daban de balde en bares y sitios donde se guisaba de comer: los palillos, las servilletas de papel, el vasito de agua para el niño, el uso del retrete con su áspero papel El Elefante. Tenía el sifón como una tristeza de postguerra; era una bomba, sí, pero de la paz, y presumía de ser pariente lejano del champagne, aunque todos sabíamos que sólo era primo de la gaseosa. De joven me tengo emborrachado con sifón y sonetos, mirándome en los ojos verdes de señoritas rubias con las que compartía ripios y amanecidas.

Con este pasado de escasez que les acabo de relatar no es raro que me ocurra, como a los americanos, que no entienda muy bien que se consuma y se cobre el agua embotellada. Antes te daban agua con cualidades salutíferas que te ayudaban a expulsar las piedras del riñón o te curaban el estreñimiento, pero ahora, con el escepticismo de las gentes, sólo te dan el agua que lleva la botella y algunos, en plan chulo, pregonan que el agua que te cobran sólo es agua, agua que sólo sabe a agua. Ya no dan ni agujeritos ni esperanza. Qué cinismo.
Hace unas semanas me invitaron a conocer el antiguo Balneario de Borines.

Lo pasé muy bien, fueron muy amables y acogedores y además de sus planes futuros nos enseñaron lo que queda de sus glorias pretéritas. Quiere la empresa conquistar mercados nuevos y se preparan para ello con municiones actuales: diseños novedosos, botellas distintas, estrategias comerciales más agresivas. De la mano de Severino Diego Isla, el empleado más antiguo de la casa y su memoria viva, recorrimos las antiguas instalaciones del que fue famoso balneario. Qué maravilla. Todo está ajado y en desuso pero se conservan ecos de valses y mazurcas, bisbiseos de enamorados, aullidos de reumáticos, restos de pintura, rótulos del otrora. Las aguas minerales se consumen masivamente en Europa, pero sin fe; ya nadie cree en el milagro de las aguas milagrosas. Incluso Lourdes ya no es lo que era.

Las de Borines eran, y lo son todavía, aguas que reconfortan y producen magníficos efectos terapéuticos. No lo dicen porque son muy modestos y lo prohíbe la ley, pero en este balneario han mejorado de sus dolencias elegantes dispépticos, famosos hiperclorhídricos, bellísimas gastrosucorréicas, lisíaticos con un pasado alegre, además de artríticos, obesos, diabéticos y personal corriente y moliente que lo único que deseaba era conocer Asturias, tomar las aguas por si acaso y vivir tranquilo escuchando el arrullador trinar de los jilgueros.

Como estamos en tiempos difíciles los consumidores tendríamos que recuperar la fe en el agua ahora que no creemos en los economistas. El vino peleón del menú del día nos adormece, tiene el condenado taninos que rascan y anestesian; el vino que vende Asunción nos ayuda a cantar con más fervor patriótico el Asturias patria querida, pero eso no basta; pasados los efectos perversos del destilado de garrafón y del vino amargo llega la realidad con sus miserias. En Asturias necesitamos urgentemente la cordura del agua, ya que no tenemos el buen sentido de los gobernantes. Necesitamos agua en grandes cantidades para entender lo que pasa. Que venga el agua transparente con su sensatez, que acudan los bomberos del agua mineral a apagar los incendios surrealistas. Consumamos agua y exijamos a quienes nos gobiernan y a su corte de banqueros con trajes de alpaca que no corrompan nuestra agua del grifo con los vinos espurios de sus tabernas.

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